1.11.12

Educación y Progreso

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Las negrillas y separación de algunos párrafos son para efectos de estudio.
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EL MITO DE UNA EDUCACIÓN PARA EL PROGRESO.
Oscar A. Fernández O.
 
“Hay momentos de la historia en que el progreso es reaccionario y la reacción es progresista". Ernesto Sábato.

Es contradictorio que en un mundo globalizado, es decir integrado, en particular por los medios de comunicación (fax, satélites, redes informáticas, etcétera) mayor sea la sensación de desamparo e incertidumbre de las personas. El recurso a la tecnología es una manera de negar que en realidad se trate de una decisión política. El resultado en el plano social es una decepción generalizada que se está convirtiendo en ira, un caldo de cultivo para las grandes tragedias humanas que ya empezamos a lamentar y que sólo la ceguera de los gobernantes y del implacable capital no puede prever para resolver, pero sí para reprimir. El hambre es la tragedia que abarca el mundo, antes solo era África hoy es también América Latina y Asia, es decir dónde habitan las 2/3 partes de la humanidad.
 
“La iluminación y las revoluciones burguesas no hicieron rebelión en el cielo sino que lo destituyeron, pero en el mismo movimiento lo sustituyeron recuperándolo en una dimensión diferente. En el lugar del cielo religioso transmundano pusieron el progreso infinito, producto de una alianza entre tecnología y empresa, laboratorio y fábrica. Constituyeron una religión intramundana que como mito fundante tiene el del progreso infinito. El infinito cuantitativo de este progreso es ahora el cielo intramundano. Se trata de una trascendencia externa a la vida humana que impone una tensión hacia el futuro que no permite descanso jamás (funciona como un látigo); una trascendencia perfectamente intramundana, porque resulta de una simple proyección al infinito de desarrollos técnicos presentes. Al destituir el cielo de las religiones tradicionales se constituye el cielo del progreso infinito”. (F. Hinkelammert).
 
Por eso, no es casual que uno de los temas en boga sea el de la globalización económica capitalista, es decir la imposición de las reformas que el gran capital requiere para su pleno desarrollo y expansión, y tampoco es casual que al mismo tiempo asistamos a la gran paradoja de a mayor crecimiento económico, mayor es la población que queda excluida de los beneficios y necesidades para una vida digna. Esto se demuestra con el creciente número de desempleados, tantos como para el capitalista le imponga sin cortapisa, sus propias condiciones. Si alguien se considera explotado e irrespetado y renuncia de su trabajo, no menos de cincuenta personas está dispuestas a remplazarlo. Es la totalidad desintegradora que fragmenta la lucha social y en especial la de los trabajadores.
 
El mito del progreso es irracional pues vivimos con una explicación fantasiosa de un modelo teórico de prosperidad que no ha demostrado su basamento científico y en la realidad se evidencia con cara de tragedia humana. Es una “verdad falsa” pues es incapaz de resistir los criterios de veracidad históricamente válidos y queda descubierto como lo que es: una fábula, un producto de la imaginación, que se nos ha infiltrado en silencio para acallar la frustración y el desaliento de las mayorías. Muy bien lo dijo el prolijo literato: “Frente al frígido museo de símbolos algebraicos sobrevivía el hombre carnal preguntándose para qué servía el gigantesco aparato de dominio universal si no era capaz de mitigar su angustia ante los dilemas de la vida y la muerte”. Iggers (1965, pp. 1-17) argumentaba que
el gran fracaso de los profetas del progreso, es debido a que éstos subestiman el alcance destructivo del hombre,

sumado a la irracionalidad depredadora sin antecedentes, del sistema capitalista.
 
Es necesario desmitificar la idea del “progreso” capitalista. La imagen representada del progreso es comúnmente asociada al desarrollo de nuevas tecnologías con ciencias cada vez más precisas, que hacen posible lo que creemos solo un sueño. (Ribera: 2012) En clave marxista: el desarrollo de las fuerzas productivas. El progreso es este desarrollo incesante, desenfrenado, que transforma todo a su paso.
 
En la moderna sociedad burguesa, los “avances” en cuanto a tele-comunicaciones y transporte nos son indispensables, o por lo menos, sabemos que la vida de la sociedad sería muy distinta sin ellos. En clave marxista: el desarrollo de las fuerzas productivas está directamente relacionado a la transformación de las relaciones de producción. Es decir, la forma que vivimos diariamente, como nos relacionamos con el trabajo, con el consumo, con la ideología y la naturaleza.
El capitalismo está en guerra contra las sociedades libres, está en guerra contra lo público, contra aquello que nos hace, a la mayoría social, libres.

Esa es la gran batalla para la que debemos estar preparados.

El ámbito de la educación por su contenido siempre conflictivo y complejo, ha sido objeto de mucha mitología que no se asume como tal, sino como la verdad que hay que aceptar.
 
Las políticas y reformas educativas de moda en una realidad conflictiva y compleja como la nuestra, desarrollan un discurso afín al proceso globalizador y a una realidad estática, compartimentada y predecible. Paulo Freire lo dice así: “El maestro expone tópicos alejados de la experiencia existencial del estudiante...llena a los estudiantes con los contenidos de su narración, con conceptos desconectados de la totalidad que los engendra y les puede dar significado. Las palabras son huecas, alienadas y se convierten en verbosidad alienante”.
 
El tema de la globalización y el de la educación están ligados estrechamente, pues los recientes estudios de Desarrollo Humano de la ONU y un documento de la CEPAL llamado “Conocimiento y Educación, ejes de transformación productiva con equidad” (1994) indican que es imposible comprender una Reforma Educativa sin que al mismo tiempo se involucre a la economía, espacio privilegiado de la globalización. No en vano el BID y el BM se sitúan a la cabeza de esta problemática.
 
Estos entes globalizadores, en un “golpe de pecho” frente al aparecimiento de cuantiosos conflictos sociales en estas dos últimas décadas de ajuste estructural, sostienen que con la educación y sólo a través de ella, se resolverán los problemas de incremento de la marginación, desempleo y extrema pobreza. Pero esta aspiración además de ingenua es quizás hasta perversa, pues no resulta aceptable si queremos actuar con rigor y firmeza frente a los históricos problemas de la educación en nuestras realidades. Separar la educación del conjunto de problemas sociales y aspirar a soluciones unilaterales y descontextualizadas, es un grave error.
 
La búsqueda de derroteros para la determinación de la calidad educativa, nos lleva a examinar el tema desde una posición alienada al mercado que envuelve todo, una realidad tan tangible y al mismo tiempo tan inasible e insensible a la vida y las aspiraciones humanas.
 
Un modelo histórico educativo como el nuestro, que tiene como norte la competitividad, la productividad, la eficiencia, los insumos, los procesos, los productos, la reducción de costos, el aumento de beneficios, las tasas de retorno, en suma el mercado, genera un reduccionismo que a la postre, constituirán los criterios que han de prevalecer para resolver la calidad de la educación y por ende de la humanidad. Por ejemplo, es común que existan cientos de escuelas, decenas de institutos superiores y universidades y escuelas muy “selectas” y costosas, muy bien adaptadas a las exigencias del mercado local, que imparten la preparación académica a sus alumnos como parte de los “planes técnicos”, “para enfrentar los retos de un mundo globalizado y organizado a través de la competencia” (¡!), como decía el informe de México en 1995, en la reunión técnica de la CEPAL, Brasil.
 
Por su parte el BM y el BID, usando el eufemístico y deshumanizante concepto de capital humano, son contundentes al declarar la necesidad de formar trabajadores con capacidades “polivalentes”, “flexibles”, “creativos”, por lo que los sistemas educativos deben asumir las transformaciones productivas. Cuanto mayor intercambio educativo se inserte en el mercado, es decir, cuanto más valor de cambio tiene, más se acerca a ser considerado un producto de calidad. Por supuesto que se trata de la calidad de los “incluidos”, de los “integrados” no de las inmensas masas de “excluidos” o “marginales”.
 
La esperanza continua vigente en los padres, profesores y estudiantes, en el pueblo en general, que en su dura batalla diaria por la supervivencia sufren y sienten que esta alucinante realidad neoliberal es en el fondo inhumana. Si nos sumamos todos a esa expectativa, podemos construir una educación que en lugar de proporcionar capital humano, le proporcione humanidad al ser humano. Si no lo hacemos pronto, es mucho lo que ponemos en peligro.
 
El progreso del capitalismo, cuyo velado fin es la decadencia y el auto exterminio expresado como mercado global y gobierno mundial, así como la decadencia moral cuyo fin es el progreso expresado en la acumulación material de bienes y la concentración de servicios infecundos, parecieran entonces ser las dos caras de la moneda del mito progresista. Las caras de la confianza en el avanzar del saber-hacer para dominar la naturaleza como amos. Pero quizá exista otra cara, la cara de la crítica al progreso que señala las desastrosas consecuencias de la fe ciega en el progreso, fe que sólo beneficia a los poderosos (Hornedo R.: 2008) El progreso como todos los mitos expresa aquello que no ha acaecido nunca pero que siempre existirá. Nietzsche escribió en El crepúsculo de los ídolos: “Pero al hombre no le es dado ser cangrejo. No es posible, es menester ir hacia adelante, es decir, avanzar paso a paso, adelantando en la decadencia (esta es mi definición del progreso moderno)”
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